De niña presencié las bodas de todas y cada una de mis tías, la sala de la casa de mis abuelos estaba adornada con todas las fotos matrimoniales como si fueran trofeos, en ese entonces me emocionaba el tema del vestido y el famoso “y vivieron felices para siempre”
Fui creciendo y mi curiosidad me llevó a descubrir el sexo y el placer en unas revistas que mi papá escondía en un cajón y que yo encontré por casualidad. De ese modo se me fue desvaneciendo la idea de crecer para casarme y me parecía más divertido crecer para tener sexo y experimentar eso que se veía que les gustaba tanto en las fotografías de esas revistas prohibidas.
Fui una joven alegre y muy noviera, desde muy chica supe que me encantaban los hombres y algunas veces he intentado sin éxito, enlistar los nombres de aquellos con los que compartí la cama, o el asiento trasero del auto, o un baño público o la banca de un parque.
Pero llegué a los 30 y sentí la necesidad de cumplir con lo que debe hacer toda mujer decente: casarse y formar una familia.
Creer que el matrimonio y los hijos me darían la felicidad hoy me parece tan ridículo como vivir la vida sufriendo esperando llegar al paraíso prometido. Ese es el primer mito.
Pero en ese momento creí que era lo correcto y entonces pasé por alto todos los semáforos rojos que eran más que evidentes, mi prometido era un hombre celoso, controlador y violento. Yo creí que con el tiempo y el matrimonio cambiaría y no fue así, pero como dicen por ahí que el amor todo lo puede y todo lo soporta, yo soporté. Puse su felicidad por encima de la mía, puse como prioridad su bienestar y el mío al último, lloraba a escondidas y en público sonreía de oreja a oreja para demostrar que habría logrado el cuento de la princesa con su príncipe azul.
Quince años de matrimonio fueron casi mortales. Mi escencia se desvaneció, dejé mis amistades, dejé las cosas que disfrutaba hacer y compartí la cama con alguien que solo me maltrató.
El miedo siempre ha sido una constante en mi vida, pero nunca como en aquellos días en que sentía terror de dejarlo, terror de que la gente me viera como una fracasada, terror de ser madre soltera, terror de que nadie me amara ni aceptara.
Este es el mito del amor romántico que casi me quita la vida, pensar que el amor todo lo puede y que el bienestar de la pareja depende solamente de uno de los miembros.
El otro mito que descubrí fue pensar que mi vida estaría incompleta y sería una fracasada si abandonaba el barco. Que se tiene que sufrir y luchar por el amor, sin importar cuán doloroso sea.
Crecí escuchando esas canciones de desamor en donde se enaltece el sufrimiento.
Me era imposible concebir el amor libre, las relaciones de pareja sanas. Esas en donde existe la independencia y la confianza. He ahí otro mito en el que se sigue creyendo que los miembros de la pareja se pertenecen el uno al otro, y que la independencia y la libertad son sinónimos de desinterés.
Y esta fue la primera parte del amor romántico y sus mitos, nos leemos aquí en la próxima entrada en donde continuaremos con este tema tan extenso. Aprovecho para invitarles a que me escriban en los comentarios o por mail a yosoy@miasaan.com y me cuenten cuáles son los mitos que ustedes han identificado en sus relaciones.
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